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Más que un prodigio
Por Alfredo Brotons Muñoz Lunes 7 de mayo del 2007, Diario Levante, Valencia

El ecuatoriano Jonathan Floril ha actuado en el "Palau de les Arts" a los diecisiete años de edad. Quién sabe si dentro de medio siglo lo recibiremos en olor de multitud, como ahora hacemos cada vez que nos visita Daniel Barenboim, que debutó en Valencia con dieciséis. Aunque, como luego se explicará, va más allá de eso, de momento no puede escapar a la calificación de prodigio. No sólo por cómo toca, sino por lo que toca.

No habrá sido ni mucho menos fácil encontrar a un pianista dispuesto a preparar un programa de arreglos para piano de pasajes extraídos de óperas wagnerianas. Ahora bien, si ya llama la atención el hecho de que la empresa la haya llevado a cabo un adolescente, que además algunas de las piezas las haya transcrito él mismo, roza lo absolutamente inverosímil. Tocar prodigiosamente no quiere sin embargo decir tocar de manera perfecta. Si así fuera, hablaríamos de un milagro. Éste no se produjo porque no todas las infinitas dificultades técnicas se salvaron, pero sobre todo porque no sería un prodigio sino un monstruo quien a los diecisiete años fuera capaz de desentrañar por ejemplo una página como la "Muerte de amor del Tristán", con toda la carga de experiencia no sólo musical sino vital que para ello resulta imprescindible. En Valencia, que yo recuerde, sólo Jean-Yves Thibaudet ha dejado constancia de poseerla.

Liszt, suegro de Wagner, transcribió mucha música no sólo de su yerno. Donde el teclado no le alcanzaba, agregaba lo que fuera menester de su propia cosecha, y al resultado lo llamaba «fantasía» o «reminiscencias». Cabe pensar que lo que se dejó en el tintero fue lo que tuvo por empeño baldío. Wagner; en cambio, tendía a cortar por lo sano, según demostraron los dos primeros movimientos de la "Novena" incluidos en este recital.

Como arreglista, Floril busca la vía directa de embutir en el teclado toda la orquesta. Que tenga dos versiones de la "Cabalgata de las Valquirias" porque ninguna de las dos le haya dejado plenamente convencido, constituye prueba de la honestidad profesional que une a sus extraordinarias dotes musicales. Es de suponer que tampoco considerará dicha su última palabra sobre la "Obertura del Holandés", aunque no creo que se esfuerce por pronunciarla nunca. Además de la "Segunda Cabalgata", como propinas se ofrecieron "Lo que ha visto el viento del oeste" y "La Danza ritual del fuego". Fue especialmente la de Debussy, la única música original para piano oída en toda la velada, la que dio la auténtica dimensión artística de un intérprete al que como descripción, el término prodigio se le queda muy corto.

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